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  1. Infernus.

    domingo, 25 de enero de 2015

    Me sentía como un perro mal agradecido aquella noche. Todo sucedió tan rápido y yo estaba consciente de que mi vida daría un giro drásticamente a partir de aquel momento. Las estrellas al igual que mi paciencia y mi sensatez tiritaban en un inmenso silencio, estábamos sumidos en un abrumador vacío. Veníamos de regreso a casa, el reloj marcaba algo así como las 2:30 de la madrugada y hacia demasiado frío. Mi padre y yo habíamos discutido horas antes mientras transcurría un partido de fútbol, pero ni el ni yo le tomamos demasiada importancia, cosa que resulto contradictoria, ya que, de vuelta a casa, retomamos la discusión justo donde la habíamos dejado en aquel momento dentro de la cancha, fue así como poco a poco comenzamos a dialogar e intercambiar puntos de vista de manera cordial, pero conforme el auto avanzaba la plática se tornaba más agresiva al punto en que nuestras voces ensordecían a la fría noche. 
    El argumentaba diciendo que mi vida, mi forma de ser, pensar y sentir eran un completo desastre, e inclusive se atrevió a comentar que aquel desastre y aquella frustración con la vida, la dejaba ver hasta en mi manera de jugar a la pelota, y todo esto lo decía mientras lanzaba ademanes al aire, mientras que yo sólo veía por la ventana del automóvil con aquella sonrisa hipócrita, esa sonrisa que solemos poner para aparentar que estamos bien, aunque en el fondo nos este hirviendo la sangre aunque en mi caso, lo que ardía era el orgullo. Continuamos el trayecto y poco a poco mi paciencia fue agotándose, acepte reproches acerca de mi vida, mi carácter, mi forma de jugar e inclusive me pareció escuchar un comentario acerca de mi más reciente decepción amorosa. Aún con todo y eso, seguí callado, mirando las luces de la ciudad, escuchando el viejo motor del Chevy 94, sosteniendo con gran esfuerzo aquella sonrisa falsa. Yo, de manera soberbia, arremetía de vez en cuando diciendo que mi forma de jugar era buena, y que tal vez el equipo y los jugadores que lo conformaban eran los que no estaban a mi nivel. Y como era de esperarse, la reacción de mi padre fue la de exigir que entregase el uniforme al equipo y me olvidase de la camiseta con el número diez y acto seguido, escuche el peor de los reproches; ¿Como pudiste quedar con el horario de la tarde en la universidad? A partir de ahí, supe que aquella discusión iba a terminar en gritos e insultos. Yo trate de explicar la situación, diciendo que mi promedio se vio afectado por la reprobación de una materia. Pero fue en vano, escuche tantas cosas que realmente me niego a creer, etiquetas que desde luego, no pienso colgarme. Eres un mediocre, un conformista, un pendejo, eres un desastre,  fue así, como entre gritos y ademanes lanzados al aire, explote. Olvide mis terapias con los Neuróticos Anónimos, olvide los consejos del Benja, olvide todo, y desde lo más recóndito de mi ser, lance un grito visceral lleno de rabia y coraje: - ¡Ultimadamente  a mi ni me gusta la puta carrera! Te gustó a ti y a mama.

    Los insultos y los gritos aumentaron. Mi moral se fue al suelo y hasta la fecha no ha podido levantarse, mis demonios salieron a flote, y como de costumbre, yo sigo aquí, en solitario viviendo entre papeles, escribiendo esto para que tu me leas allá afuera. 
    Me sentía como un perro mal agradecido aquella noche... Y los días posteriores a ella.



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