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  1. Variables.

    martes, 20 de enero de 2015

    La vida de Irene al igual que su cabeza, era realmente un puzzle sin resolver. El simple hecho de intentar entenderla era prácticamente una tarea suicida. Irene provenía de la generación de las niñas bien, aquellas que crecieron con la incrédula fe de encontrar en algún punto de su vida a el amor verdadero, el amor a pedazos, el amor a distancia, en realidad no importaba mucho en que presentación llegase, el maldito punto era encontrarlo, que en su triste caso, consiguió hallarlo.
    Tenía grandes sueños al igual que un sin fin de metas fijas para su futuro. Estaban tan fijas que ni siquiera el hecho de haber encontrado aquel amor verdadero fue capaz de ahuyentar esas telarañas que anidaban en su cabeza. Entonces  fue así como aquel futuro, el cual sin darme cuenta ya se encontraba a la vuelta de la esquina, un día sin ninguna explicación decidió arrebatarnos de las manos los momentos y promesas, llego tan rápido y nos mato tan lento, poco a poco, letra a letra, así, despacito y de forma despiadada. Irene era un vaivén de sentimientos, era mi caja de Pandora, al abrirla podía ser capaz de derrochar esperanza y comprensión o por el contrario, era capaz de arrojar las más bárbaras maldiciones. 
    Aunque, así era ella, toda su vida era un sin fin de contradicciones, de variables, de flechas disparadas en todas direcciones y precisamente eso era lo que tanto me cautivaba. Lo que me apasionaba a diario era el hecho de intentar descifrar cada axioma, cada gesto, cada línea de expresión. Ella era mi Irene, mi mar de sensaciones, mi lugar para descansar, mi persona favorita. Al final del día, al llegar a casa, tras besar su frente y observarla a los ojos, llegaba a la irrefutable conclusión de que ella era  la daga de mis heridas, la tinta de mis sonetos, ella era, es y será siempre la loca hecha para este loco.

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